El desagüe

Le ayudé a meterse en esa bañera inhóspita.  El bendito ritual de llegada. Aseados antes de devolverlos, que no se diga.

Bailaba miedo, no sonreía, sus ojos buscaban aferrarse a algún punto que no encontraba. Consiguió sentarse y agarró con fuerza sus rodillas. Su cuerpo era enjuto, oscuro, decir famélico sería incluso una obscenidad ¿Tu nombre?  No respondió, su cabeza se rendía sobre un cuello tatuado de venas cansadas, sus dedos se escondían formando puños enfermizos. Hola, yo soy Álex, le dije acercándome la mano al pecho, le señalé ¿tú? O MAR. Balbuceó, perdió la mirada, intentó ponerse en pie.

Sal Álex, yo sigo. Si no me importa hacerlo yo… que salgas, que es mi turno. Ve formando la siguiente fila, han llegado cienes. Tú, venga, sube, que vamos con prisa. Erguido, coño, que si no esto va a ser imposible.

Me quedé a dos pasos de la puerta, las dos ventanas estaban abiertas, el viento tarifeño ladraba, las toallas deshonestas se apiñaban en el suelo, las baldosas respiraban mugre. Habíamos pedido otras condiciones. Pero si para ocho horas que estáis, ya, pero ellos… ¿ellos? Si no se han visto en otra igual….

Empezó a frotarlo, podía escuchar la arrítmica aspereza del estropajo sobre el cuerpo de Omar. Un estropajo que contaba miles. Tío, que no te muevas. Luis, hombre, que le estás dando con agua congelada. Jo der, que te pires a atender al resto, déjame en paz.

No me fui.

Le regaba a presión violenta, le frotaba con asco, con rabia, con mierda. La misma que supuraban las gotas ahorcadas en el cuerpo de Omar. Luis, hombre, venga, que le estás haciendo daño, afloja.

No me escuchó. O no quiso. Cada vez con más fuerza. Con más osadía. Que te quedes quieto, negro. Y de repente, con cada fricción, el brazo de Omar comenzó a encoger. Poco a poco, fue quedando cada vez más corto. Salía ya del codo, ya solo un muñón pegado al hombro, ya solo un torso sin auxilio.

Ostia Luis, pero qué coño está pasando. Yo qué sé Álex, yo qué sé. Me cago en la puta, Pero siguió, esta vez enfocó con la alcachofa al rostro, con la fuerza de un lavacoches, y con cada chorro, con cada friego, cada más rápido, cada vez más fuerte, la cara de Omar iba dejando de tener forma. Los labios se religaron a la piel, los ojos vencieron, la nariz se fue desintegrando en poros.

Grité. Inmóvil. Una vez. Dos. Tres.

Y Omar fue siendo agua. Turbia. Triste. Torpe.

Agua gateando hacia un desagüe mudo, cómplice. Un desagüe lleno.

Deja un comentario

Puede utilizar estas etiquetas HTML

<a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>