“Leemos mal el mundo
y luego afirmamos que nos engaña” – Tagore
En estos momentos estamos en el Finisterre Indio, o así lo hemos bautizado nosotros, por aquello de querer siempre occidentalizar todo lo que vemos. Tal vez, para sentirnos más seguros, tal vez, por querer acortar la distancia que nos separa entre culturas, que en este viaje, parece que es mucha.
A este punto, desde el que se ve Sri Lanka (hoy no, porque hay bruma), nos han contado que llegan los habitantes de esa isla, para conseguir entrar en este país y mejorar sus condiciones de vida. Parece de chiste que India sea esa tierra prometida donde hurgar un futuro digno, pero va a ser cierto eso de que, si miras para abajo, siempre hay alguien que está peor.
No estoy segura de si los reciben igual que nosotros, devolviéndolos a patadas cuando los cayucos llegan a Tarifa, o si tienen más humanidad y comparten con ellos suelo y alimentos, sin banderas de por medio, y sabiendo que el botín es bastante más escaso del acaudalado por nosotros.
La playa está llena de indios que parece que nunca han visto el mar. Se aproximan a la orilla con la ilusión de quien descubre un nuevo horizonte. Es, además, 15 de agosto, su día de fiesta, su Independence Day. Es curioso que una fiesta tan religiosa en nuestro mundo sea, justo hoy, solo una fiesta pagana para ellos, que nos superan en devoción y celebraciones espirituales, cada vez menos místicas y más turísticas, eso es también.
Las mujeres lucen unos saris que retan a un cielo hoy vago y con sus zarandeos elevan el oxígeno que nos nutre desde las olas. Las niñas van acicaladas de princesas, y ellos con camisas y vaqueros sin gusto ni estilo. Pero es una India que parece de nivel, oscura de rostros pero que excede alegría en cada paso que peregrina hacia el mar.
Seguimos siendo la atracción de la fiesta, o los monos de feria, según se mire. Nos piden selfies, miran cómo escribimos, nos preguntan nuestros nombres. Sigue sorprendiéndome tanto fervor, tanto desconocimiento, tanta sorpresa por descubrirnos, por acercarse a ese mundo occidental que los admira y los desprecia a partes iguales.
Aquí los puestos de cervezas y mojitos son sustituidos por puestos de piña y sandía y pepino. A los que bañan en salsa masala, no vaya a ser que sepan soso.
El Índico clama por un lado y susurra por el otro, como si fueran dos dioses en combate buscando dejar su huella. Como siempre la harmonía la rompen los cláxones de los autocares y rickshaws que han llegado hasta aquí. Nos queda poco tiempo en estos parajes y no habremos logrado dejar de escucharlos, no habremos logrado ser ese like a locals que llevamos ambicionando desde que nos embarcamos en este trayecto. Un recorrido hacia alguna parte, un viaje, aún hoy, sin ningún título.

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