Las mañanas toman voz como cualquier festivo en la capital, sin muchas horas de sueño, pero a un tempo ralentí. Dilato la cama con varios abriles y mayos de Pla, más allá de su prosa pulcra y de conocer su visión histórica, no tan lejana a la nuestra, su Quadern Gris me ayuda a plantearme este diario, a poner atención a momentos que parecen tontos, pero en los que reconozco la vida, o al menos, la vida que me hace sonreír.
El rellotge de la caixa camina lentament. A fora, en les acàcies immediates, se senten pardals. La presencia dels ocells sembla augmentar el silenci. El silenci sempre sorprèn. És una cosa insòlita, que té una punta de misteri. Passo una estona assegut en una cadira, perplex. El vent infla i desinfla la cortina. (7 de maig)
No hay cortinas en la buhardilla ni sé si son gorriones los que cantan. Pero se oyen pájaros y algo de viento, no es levante, es paz.
Con el olor a café y tostada presto atención a emails y whatsapps, resuelvo algún tema de La Tienda, y por supuesto, hay noticias del periódico. Problemas y cotilleos. Ayudo en lo que puedo, pero ya no es mío. Me parece curioso cómo lo que era importante y un peso el día 14, dejó de serlo el día 15. Distancia psicológica adquirida en horas. No son los kilómetros, ni el tiempo, sino la estúpida carga de la responsabilidad. Me era “trascendente” porque dependía de mí, deja de serlo en cuanto ya no. Tengo que revisar ese modelo de implicación…
Desayunar en casa y envolverla de música, acercarme a la papelería, porque el kiosko se ha quedado solo de chuches, a por El País, o El Mundo, o ambos, y saludar ya a la chica, que sigue sorprendida de que alguien con menos de 60 compre el periódico. Conocer los caminos o saber a qué playa quiero ir, encontrarme a Mariluz, que los ciclistas de antes me hagan chistes al volver, regresar porque no hace bueno y cocinar la comida, aposentarme en la tumbona para leer otro cuento de Eugenides, al que prefiero en novela pero siempre me interesa, salir hacia una clase de yoga. Querer estar y no de paso.
Llego al sitio con cierto nervio, fruto de la vergüenza, que sé que es infantil pero se instala sin llamarla. Al menos, ya no paraliza. O no siempre. Solo hay un hombre, el resto son todo lugareñas o afincadas, se conocen y son habituales de la clase, lo dicen sus conversaciones, pero sobre todo, sus cuerpos. No hay duda de que soy la peor y me tratan con benevolencia. Hago ejercicios que en la vida he practicado, pero esto es un viaje iniciático para lo que sea, así que si hay que ponerse bocabajo y sujetarse con la cabeza, lo hago. No me caigo. Regreso bordeando el mar y viendo cómo el sol rasga el cielo hasta convertirlo en fuego.
Por la noche es cuando añoro compañía, pero hoy hay Poesía a Granel, un festival poético en el mercado de abastos, antiguo convento de la Santísima Trinidad convertido en un encuadre blanco y cálido que me sabe a tomates cherry y me traslada a una noche de diversión. A las diez solo un puesto de vinos y quesos nutre a todos los nos reunimos, comparto mesa con los padres de la artista, un grupo de música integra a Lorca en el ambiente, suena La Tarara. Almoraima Ruiz recita sus poemas, luego, espontáneos extraños salen con los suyos. La literatura también vive en Tarifa. Decido alargar mi estancia. Algo empieza a ir bien.
Hi ha dies que invento qualsevol pretext per parlar amb la gent que vaig trobant. Els miro als ulls. És una mica difícil. És l’última cosa que la gent es deixa mirar. M’ esborrona de veure l’escassa quantitat de persones que conserven en la mirada algún rastre d’il.lusió i de la poesia dels disset anys. (16 d’abril)
25 de mayo de 2018
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