Ha bajado a escribir a un chiringo y no han abierto aún. El reloj, que desde hace unos días ya solo me susurra, marca las doce. Esto es Tarifa, o el sur, o lo que tiene el mar, que no hay prisa. Lo único que hay que hacer es quedarse quieta, un rato, mirar cómo los azules se mueven al compás de un viento, hoy leve, y perseguir las huellas en la arena, que hoy son solo las que el mar quiere dejar.
Ya sentada y con el ordenador abierto suena Bob Marley por los altavoces, y entre sonrisa, movimiento frágil y tarareo, me saludan recuerdos que se deslizan entre la armonía y el temblor en estos mismos paisajes, y entre la risa y la inocencia en otros, más lejanos, desgastados con el paso del tiempo, que solo hundiéndome en la memoria consigo rescatar. Es curioso cómo canciones, espacios, películas…se desordenan con el transcurso de la vida. Superadas unas emociones, aparecen otras.
Algunas carcajadas y voces en idioma extranjero me despistan y me obligan a observar a sus dueños. Unos padres sonríen a sus gemelos que chillan demasiado, cuatro jóvenes disfrazados de buenrollo, un hombre que coge de la mano a su novia mientras con los dedos de la otra repica en la mesa, un solitario con ganas de bailar. En unos días, con la velocidad del asfalto, volverá a desdibujarse mi capacidad de mirar, ese indagar sin voluntad de espiar o juzgar, con la mera necesidad de entender. A ellos, a mí.
El disco ha dado la vuelta entera. Los niños gritan demasiado. Nuevos turistas se añaden a la terraza. El “bucolismo” necesita de límites para poder apreciarse. Llega el momento de huir.
…let´s…get …togeeeether and feeeel all right…
24 de mayo de 2018
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