LOS HIJOS DE KENNEDY

Salgo de ver Los Hijos de Kennedy con cierto fastidio, los actores lo han bordado, el guión me ha mantenido más de noventa minutos con una concentración máxima, sin querer perderme ni una coma de los monólogos que van cruzando los cinco personajes que están sobre el escenario, las imágenes y la música que ambientan la obra me han permitido sonreír, tatarear con una falsa nostalgia, así que cae el telón y rompo a aplaudir sin dudarlo, pero avanzo por la calle Alcalá con la sensación de que me he llevado un guantazo…¿de realidad?.

Una, que es de quimeras estúpidas, ha sido siempre muy fan de los 60’s, de esos jóvenes que querían cambiar el mundo, de esos hippies que defendían el amor como la única forma para disfrutar de la vida,  de unos bohemios que rompieron moldes y bailaron en Woodstock al son de una música que aún hoy nos enciende, de una sociedad que alborotaba a favor de los negros, de los gays, en contra de los misiles nucleares, que veneraba  a ídolos como J.F.K, Martin Luther King, el Che, que fantaseaba con estrellas como Marilyn, Bob Dylan, una sociedad que se encadenaba al compás de los Beatles, Janis Joplin, Jimi Hendrix…

Y ahí están, sentados en un bar, diez años más tarde, cinco representantes de esa década supuestamente dorada. Una secretaria, Emma Suárez, que aún lucha por mantener vivo el espíritu de un Presidente muerto, una Maribel Verdú que anhela  convertirse en la nueva Marilyn y se ve rendida a la frustración de ser una prostituta más, una hippy Ariadna Gil que nos revive nerviosa un activismo impulsado por los sueños, derretido por las drogas, un Fernando Cayo homosexual que ensayó ser alguien dentro de un mundo underground donde era difícil encontrarse uno mismo, y un Álex García que luchó en Vietnam y vive enajenado bajo la culpa de haber sido un asesino.  En definitiva, cinco alientos desgarrados, cinco perdedores, cinco soñadores que apostaron por un futuro que nunca llegó, que se fue derrumbando a medida que arañaban sus propias metas.

Pero pasan los días y sigo dándole vueltas, y decido que yo les voy a seguir apoyando, porque al menos lo intentaron, quisieron cambiar algo, innovaron con formas, con discursos, consiguieron encender corazones y mover a la cómoda razón. Gracias a ellos el mundo evolucionó. Por mucho que se quedaran en el camino,  por mucho que perdieran su vida o, peor aún, su alma. Tuvieron fe en ellos mismos y  creyeron que podían ser mejores.

¿Hoy qué tenemos? Una sociedad mediocre, una sociedad individualista que en un momento convulso como el actual sólo se exalta con el fútbol, que se queja a través de hastags, escondiendo unas caras que tras tantas operaciones son ya irreconocibles. Personajes que nos movemos en una zona de confort, donde ser diferente está penalizado, alimentándonos de una vulgaridad que se explaya por todos los ámbitos por los que paseamos de puntillas.

Ellos tuvieron una sociedad con líderes y sueños colectivos. Y nosotros, ¿de quiénes vamos a ser hijos?

PD.: Por cierto, el director es Josep Maria Pou…qué más se puede pedir!!!

Deja un comentario

Puede utilizar estas etiquetas HTML

<a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>