SE MIRAN.

Se miran.  Ella balancea una melena rubia que distribuye con simetría sobre sus hombros, esa melena de la que aún desconoce en qué momento entró a formar parte del juego, entorna los ojos sin conciencia, y mueve a su vez de forma airosa su cuerpo, un cuerpo esbelto, escondido bajo un uniforme que suplica ser abandonado, un uniforme al que ya saca partido y controla como si fuera su mejor gala de los domingos.

Se miran. Él tras su gafas y hacia arriba, fantaseando con ese día en el que alcance a deslizarle el brazo por la espalda, él con cara de niño y su pelo negro mal cortado permanece atento ante las palabras suaves de ella, y sonríe, sin poder entonces disimular esa sombra oscura que se ha hecho hueco sobre sus labios, una sombra oscura que marca el comienzo de su propio futuro.

Se miran. Dejan correr unos minutos más, arañando una despedida que se ha convertido en rutina. En tan sólo unas horas volverán a compartir aula, quizás se saludarán en el patio, ella hará entonces corro con sus amigas, sin contarles que espera con impaciencia que sean las dos y media, tal vez a ellas les hable sobre ese otro vecino, el alto y guapo.

Se miran. Él lo más rápido posible recoge los libros y arrastra con fuerza su cartera con ruedas, dice adiós con la mano, desde hace ya meses ninguno de sus amigos le pide que se quede a darle un rato al balón, saben que siempre tiene prisa, quizás, piensan, es que su madre tiene que salir en cuanto él llega.

Se miran.  A veces son sólo quince minutos, a veces hasta media hora. Cambian de esquina según dicten los rayos de sol o les empuje el viento incómodo, para poder mantener sus largas conversaciones,  tal vez sobre los deberes o sobre el programa de ayer, incluso a lo mejor se atreven con ellos mismos, unas conversaciones que protegen en voz baja, que sellan ese cruce como suyo.

Se miran. Desconocen todavía que, tal vez no dentro de mucho, se traicionarán con otras confidencias, con otras sonrisas, con otras miradas, desconocen que compartirán con otros, otros tiempos, otros lugares, desconocen que, tal vez no dentro de mucho, Mª Juana con Naranjo será tan sólo un recuerdo. Su recuerdo. Y un poco el nuestro.

PD.: dedicado a mis “tortolitos” favoritos, por su bonita historia, y por hacerme sonreír cada mediodía al llegar a Quiero. Y a Miriam, por ayudarme a “espiarlos” y compartirlo conmigo.

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