Donde los pasos lleven

Algunas veces había un destino, otras no se requería. Algunas veces había prisa, otras el minutero no contaba. Pero lo que era seguro es que nunca había un único camino. Innovar en la ruta, eso era lo que más le gustaba hacer. Conocer nuevas calles, aunque fueran las de siempre colocadas en diferente orden,  con otra luz, otro olor.  Fijarse en inusuales balcones, en tiendas insólitas, en desiguales esquinas, en edificios anónimos. Cada recorrido, nuevas sorpresas. Nunca era lo mismo, ya sólo por las caras  que se cruzaban en su camino, nuevos personajes con una historia desconocida para crear.

También solía recordar, era parte del juego. Toparse con lugares que durante milésimas de segundo, o unos cuantos minutos, la inundaban de imágenes que de forma inconsciente provocaban un ligero movimiento de sus labios, transformándolos en una larga sonrisa. Los viandantes, a veces, la miraban extrañados, seguramente la poca costumbre de ver a alguien reír sin un motivo manifiesto. Pero poco le importaba, ni se daba cuenta. En ese momento revivía una escena de un pasado que se había desarrollado en ese bar, en ese restaurante, en ese edificio, en ese simple cruce. Un pasado más o menos lejano, tal vez grato, tal vez en su momento no tanto, ahora ya cálido, ahora ya suyo. Una pizca más de su vida que le había hecho llegar hasta hoy, siendo ella. Sonriendo al regresar a él.

Con los pies en el suelo y la cabeza donde fuera, ese era el juego. No lo conseguía sobre la moto, ni en sus breaks de running sobre el asfalto, ni si quiera encima de una bici visualizando el mar, o entre verdes reales o de semáforos. En esos trayectos siempre había otra atención que prestar, la desconexión era relativa, había que fijarse, concentrarse. No hacía falta caminando. Marcar los pasos salía solo, y a partir de ese momento, la ciudad y la mente eran suyas. Se iba todo lo lejos que quería, no había pero que cortara sus reflexiones, el horizonte se ampliaba. Ella misma con lo que quisiera encontrarse, con lo que quisiera ver, o sentir. Con cada paso las calles le pertenecían un poco más y  la vida se convertía en ese universo al que decidía dar forma. Los problemas pesaban menos, los sueños se acercaban, los pensamientos se moldeaban. Sonreía con esos árboles que, empezándose a despellejar, tatuaban en cobre un otoño expectante, sonreía  jugando a nombrar a esas nubes que vislumbraba en un cielo a veces azul nítido, a veces simplemente, a punto de romperse.

Ese día MªEugenia había tenido uno de esos paseos. Uno de esos recorridos en los que había sido de nuevo turista en su ciudad, unos de esos recorridos en los que la vida era fácil. Por el simple placer de caminar. Por el simple placer de decidir qué ruta escoger. Por el simple placer de disfrutar del trayecto recorrido.

PD.: y siempre daba igual que el paseo fuera largo, o corto. El tiempo nunca era lo importante. Sólo la forma.

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