Las Nenis rumbo a Río (3): Morro de Sao Paulo

Divisamos Morro de Sao Paulo desde el mar. En cualquiera de las guías se le dedica menos de media página, así que nos imbuimos en el paisaje desconociendo qué nos va a deparar la isla. Las dos horas y media en catamarán se han convertido en más de cinco a través de diferentes transportes, pero nos agarramos a eso de que lo bueno se hace esperar, de que el paraíso sí existe, y hasta empezamos a pensar que, quizás, no reside en las alturas. Deslumbramos ya el anuncio de Fa, una postal en la que palmeras verde fosforito se uniforman sobre una arena blanca que se deja besar por un mar que ahora no brama, sino que acoge con calma barquitas de juguete. Un paraíso pintado bajo un cielo de colegio, con nubes blancas y rechonchas, que van y vienen para recordarte que estás en invierno, aunque te pongas bikini y te tuestes al sol. Un paraíso de tintes Houellebecquianos que te da la bienvenida tras abonar una tasa de entrada…no hay que olvidar que el pecado siempre ha tenido un precio…

Al pisar tierra nos reciben manadas de negros uniformados con camisetas naranjas y su nombre en la espalda. Y no, no es el equipo de fútbol de Morro, sino los porteadores que, carretilla en mano, se pegan por ser tu primer hombre en la isla. Y es a partir de ese momento, en el que enfilas la primera cuesta del pueblo, cuando comienza “el veraneo”. Porque de eso se trata, de holgar caipirinha en mano, de reír y reír mientras conoces a éste, y al de más allá, como si congeniáramos todos desde hace semanas, de flirtear hasta donde las ganas te lo permitan y de ligar hasta donde  marquen tus límites, de disfrutar de las variadas actividades turísticas que, cual chiquipark, se ponen a disposición de los entusiasmados “nosotros_los_guiris”, de recluirte bajo el poder de la lectura y el simple equilibrio del mar, de perderte en frondosos senderos desolados trotando en un travieso Maharajá.

Porque resulta que en Morro no hay calles, sino playas. Y sólo cuatro trazadas en el mapa, así que las coordenadas son fáciles. O se te queda pequeña la primera, o te luces en la ambientada segunda, o sigues de paso por la tercera, o te instalas en la desértica cuarta. Y de una a otra tendrás que avanzar y retornar a tu origen antes de las tres y media de la tarde, hora en la que la marea se hace dueña de la isla obligándote a decidir cuál es el plan de después. Y resulta que en Morro no hay coches, hay caballos y burros, y un autocar de película cubana que hace la ruta del interior. En Morro la vida te marca su ritmo, así que nuestra única misión es dejarlo fluir.

Pero el problema aquí son los zapatos. Caminar sobre empedrado, cenar con los pies hundidos en la arena, o disfrutar de las luaus nocturnas (combinación de hoguera más playa, más caipirinhas, más música en vivo, más buenrollo) no es menester de tacones, así que el reto es conjuntar los modelos fashion con las auténticas havaianas, lo que acaba siendo fácil porque en el paraíso lo que cuenta es el espíritu, y éste nunca se ha regido por los cánones de la moda.

Los días en Morro comienzan pronto y duermen tarde. Los días en Morro son risas multitudinarias y silencios que te hablan. Los días en Morro reclaman más. Pero nos solicita Río, así que ahora sí que sí….emprendemos Rumbo a Río!!!!!

P.D.: Morro no hubiera sido lo mismo sin nuestros amigos del Sur, sin los pibites “chinguiritos,” sin los autóctonos Goldi y Alex, sin el “AMOR” disfrazado de narco, sin nuestra recepcionista recibiéndonos con sus calurosos Chiiiiiiiicaaaaaaas!! o sin la masajista del complejo en busca de amigas.


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