Cajones y Libros. No parece que estemos hablando de cosas parecidas. Como mucho, en un cajón puedes guardar libros, o tal vez, un libro te cuenta la historia de un cajón. El caso es que de guardar y contar sí que vamos a hablar, e intentaremos encontrar así el nexo de ambos dos.
Hace ya varios años, un amigo me contaba como él creía que los sentimientos que acumulas o que experimentas a lo largo de momentos, no siempre desaparecen a pesar del tiempo que hace que te asaltaron y entraron en tu vida. Que siempre van contigo, pero que lo que hay que hacer es guardarlos en un cajón. Para saber que están ahí. Y eso nos debe bastar para no olvidarlos. Mi dilema ante tal argumento se desdoblaba en dos. ¿Y no es guardarlo en un cajón el aparcarlo para siempre, y quizás, de ese modo, parecer que nunca existió, que lo que viviste ha sido mentira?….y… ¿cuándo se supone que puedes reabrir ese cajón, qué pasa cuando empujas para delante el pomo?.. La respuesta era depende….no hay un solo cajón, sino muchos y con diferentes carteles de “peligrosidad” o “necesidad”.
Ayer en otra conversación bonita con otro amigo, delante de unas cañas, la metáfora de los sentimientos de la vida se trasladó a los libros. Bajo su punto de vista, determinadas relaciones personales que vives se escriben como libros de tu vida. Algunos se acaban y tienen un The End con el tono que se haya teñido a lo largo de las páginas. Otros, quizás, se quedan a medio escribir, y tal vez, se acaben, o tal vez así se queden. Hay que esperar, pero no pasa nada porque permanezcan abiertos. Otros están escribiéndose en este mismo momento. Lo importante es saber qué tipo de libro es, y dejarlo como debe estar en ese instante, no intentar avanzar y retroceder las páginas sin tener claro cómo está catalogado o, mejor dicho, cómo quieres catalogarlo.
Ambas reflexiones nos llevan al mismo punto. Hay emociones y sentimientos que tienen que aparcarse, y para ello da igual que sea un cajón en el que debamos meterlos, y saber que no es momento de abrirlo, pero con la seguridad de que ahí reposan y se mantienen, o tal vez sea cuestión de no pasar esa página en la que se ha quedado el libro, porque no sabes si es el momento de escribir el final, o porque ni sabes qué final quieres escribir. Simplemente, hay que dejarlo reposar.
Como la teoría de los libros me ha llegado después de muchas reflexiones sobre los cajones, debo de admitir que ayer asentí con la cabeza, y compré con más rapidez lo que me estaban explicando. En su día, tuve muchos más quebraderos de cabeza con los compartimentos de la cómoda. Bajo mi punto de vista, me acechaban miedos sobre el cómo puedes encontrarte esos sentimientos cuando vuelves a dejar escaparlos del cajón, quizás solo de forma momentánea, pero cuando, por lo que sea, reaparecen. Porque quizás, tanto tiempo guardados, se han desvanecido, y al no cuidarlos, ya no se recuperan con la misma intensidad.
La solución me imagino que no es otra que el pensar que nunca sabes qué pasará, pero que por economía personal, en el día a día, hay que aprender a saber gestionar los cajones o los libros de nuestra vida: cerrando, abriendo o haciendo reposar sentimientos. Pero sea lo que sea, apreciando lo que te llenaron en el momento que los viviste, y en la medida que se pueda, cuidándolos para que siempre sean parte de ti.
[…] que es buenísima, y que me va a encantar”, ese fue el argumento. La recomendación llegaba de “El maestro de los cajones” al que, en ese momento de mi vida, le correspondía un peso especial y del que, aún hoy, sigo […]