La parte buena de un concierto de Radiohead es que no hace falta verlos, simplemente cerrando los ojos te remontan a un espacio celestial, basta escuchar cómo tocan y hasta donde puede llegar la voz de Thom Yorke. La parte mala, es que como arrastran multitudes, en un macro festival se desvanece ese toque cercano de la lírica intimista de la banda de Oxford.
En el escenario, una lluvia de fluorescentes verticales. A ratos, se convirtieron en lágrimas de agua encendiéndose con azules eléctricos. A ratos, en llamas de fuego chispeando el rojo más intenso. El grupo resplandeció entre el baile de colores de las estalactitas luminosas. Unas luces superiores actuaban de ecualizador gigante, moviéndose al ritmo de las guitarras de los británicos. Las pantallas laterales, muy a mi pesar, pequeñas, se dividían en seis cuadrados que proyectaban en fotos los movimientos del quinteto, jugando con imágenes sobrepuestas, estáticas y traslúcidas.
Se inauguraron con la puntualidad característica del país del tea. Con pantalón rojo y camiseta negra, con el estilo propio del pop-rock inglés, el veterano Thom Yorke daba paso a los acordes de dos temas de In Rainbows, su último disco. Oíamos “15 Steps” y “Bodysnatchers”. El toque melódico quedó interrumpido con “All I need”, momento en que éramos sacudidos por una hemorragia de placer. El directo de Radiohead es, simplemente, atroz.
Durante dos horas Thom Yorke hizo brillar a los más de 20.000 espectadores. Como en cualquier festival, la muchedumbre buscaba moverse. Lo consiguió con los destellos de sus canciones más eléctricas: “Paranoide Android”, “Idioteque”, “The Nacional anthem”, etc… Lo impresionante, tal vez, de muchas de ellas,es como Thom Yorke consigue alcanzar el ritmo más estridente, contrastando, en milésimas de segundo, con los compases más líricos.
El estilo “somos diferentes” cultivado a lo largo de sus 15 años como grupo, no sólo se refleja en su actual negativa a viajar en avión, luchar por el mundo verde, vivir de forma plácida en su ciudad natal, o plantar cara, con el lanzamiento “gratis” en la red de In Rainbows, a la poderosa industria musical. Siguen fieles a esa actitud solitaria y de “estar al margen de“. Haciendo gala de su educación inglesa, mantienen la distancia con el exterior. Se les perdona, se les respeta.
Dejaron en el diván algunos de sus clásicos. Para mi pesar, las notas de No Surprise sólo sonaron al entrar los sms de mi móvil. Pero los despedimos con la adrenalina musical a mil revoluciones. Hacía ocho años que no estaban en Barcelona, y demostraron que aún siguen siendo “Jefes”.
Nos fuimos con vasos verdes de plástico, marcados de propaganda del festival, atados en los vaqueros, y con mucho calor pegado en el cuerpo. El Daydream había traído el verano a la ciudad condal: samarretes, tirantes, bermudas y un tiempo de playa, pero sobre todo, nos trajo el placer de conocer hasta dónde puede transportarte una noche de acordes supremos.
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