Siempre venimos de donde estamos. Nunca llegamos a donde estamos. Chantal Maillard
Empiezo hoy a escribir sobre el viaje, al menos, con voluntad y tiempo para escuchar sensaciones, búsquedas y convertirlas en palabras donde se resguarden. Hace ya cinco días que llegamos, pero no he sido capaz antes. Demasiadas actividades, conversaciones, cláxones. Demasiados nervios placenteros, colores, decisiones. Quizá, demasiada India.
En estos momentos escribo en un barco, cruzando los backwaters en Alleppey. No, no es un barco de paseo y hasta tiene estrellas. Estamos en un salón con sofá y mesa para diez, y dormitorios, y dos patrones locales que nos cocinan. No tienen dientes y hablan poco, la comida es otra vez arroz y el pescado está quemado, los sofás tienen manchas y en la mesa no hay mantel, somos cinco y a mí me va a tocar dormir en un colchón en el suelo. Pero el barco avanza galante mientras nosotros jugamos.
Llueve. No ha parado desde que aterrizamos. Época de monzón, del de las noticias. Nada de una hora y despeja, lluvia osada que moja y purifica, que moja y cansa. El paisaje vive entre grises y verdes, unas plantas ponen color y el cielo reo se hace oír con el sonido del agua cayendo. A ratos a gritos, a ratos, con cierto compás. No hay más opción que integrarse en la atmósfera, y lo hago con gusto y a disgusto, según el momento, pero comienzo ya a ondear bandera blanca ante la inclemencia de emociones que andan empapándome. Aunque a veces, solo sea mirando desde una ventana.
El agua de estos ríos es confusa y ciega, pero nos acompaña el silencio. Por un momento, hasta nosotros no hablamos y solo percibimos el viento que moldea el espacio, el aullido de las palmeras, la danza de un mar que quiere calmarnos, que nos obliga a no hacer nada, a tener solo la piel despierta. Y nos canta con voz melosa que observemos fuera. Y dentro. Que abracemos este instante, que sin permiso y con elegancia, se nos va escapando. Con cada ola.
“En el silencio hay siempre algo inesperado, una belleza que sorprende, una tonalidad que paladeamos con la sutileza del gourmet, un repaso de sabor exquisito. (…) Sin que pueda darse nunca por hecho, aparece como movido por una fuerza interior. El silencio se sedimenta (…), surge con paso ágil y delicado”. Jean-Michel Delacomptée- Petit éloge des amoureux du silence

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