Aquella noche tampoco. Aquella noche solo la luna había sido cómplice. Mírala. ¿Nos sentamos un rato? Y se habían desplomado entrelazando sus manos, dejando escapar unos besos prudentes por sus nucas tímidas, ya algo ebrias. Me gusta más cuando parece la de Las Mil y Una Noches, es más de uno mismo, ¿no crees? Sí, a mí también. Sonrieron. Ese día era llena.
Se tapó mejor con la bufanda, que oprimía con autoridad sus labios y borraba el carmín con cada leve movimiento. Miró hacia arriba. Las nubes se empujaban sin forma ni cortesía, su pelo andaba alborotado. Sin consciencia esparció la tierra con el pie, el ruido le hizo zarandear la cabeza, sin fuerza, buscando otro punto donde apoyar su mirada. Un balcón. Una rama. Rehizo sin pestañear el cuadrado con detalle, imaginándose cada mañana subiendo cualquiera de esas persianas que ahora franqueaban la intimidad del lugar.
Es como si estuviéramos en París, ¿verdad? Oh là là. ¿Querrás que vayamos? ¿Al de verdad? La abrazó con delicadeza, acercando su oído hacia su pecho, huidizo, voluptuoso. ¿Estoy oyendo un sí? Bueno, con una casa aquí yo me conformaría. Rieron.
Dio vueltas al anillo, haciéndolo rodar con cada nota que sonaba en su cabeza. Esa melodía entraba en escena siempre sin permiso, sin estar nunca segura de querer darle paso. La tarareó bajito. Sonó un whatsapp. Lo leyó y siguió cantando hasta acabar la letra. Tecleó la respuesta de forma rápida. Voy, no tardo ya nada.
PD.: Creo que fue Robin Lane Fox el que preguntó en su clase de Oxford para qué servía un jardín y se encontró con la respuesta maravillosa de un alumno: para besarse. La vida transcurre en lugares y nuestro oficio no puede evitar que esos lugares se asocien a las experiencias personales de cada uno. (Blitz. David Trueba)
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