Conservabas tu caminar elegante, ese porte ajeno al mundo, aquel mundo del que huías y en el que te sumergías con una engañosa facilidad. Sonreíste y acercaste tu mejilla, ahora ya más vieja, tal vez más fría, igual de necesitada. Fui a darte el segundo beso. Sólo uno, recuérdalo. Sonreí.
Me apartaste del grupo cerrándome hacia tu cuerpo por la cintura. Baila conmigo otra vez. Fue un susurro nítido, como todos los que hasta a ese día, en la confusión de los recuerdos, se disfrazaban de una verdad escurridiza.
¿Por qué has vuelto?. Décimas de segundos se aplastaron sin respuesta. Apoyé mi cabeza sobre tu pecho, arañando el regalo de seguridad ínfima que me proporcionabas, buscando palpar de nuevo el ritmo de nuestra melodía.
Quizás para entender por qué te fuiste.
No respondí. Tus manos me apretaron con fuerza.
Y de nuevo el mismo susurro. Baila conmigo otra vez.
Mª Eugenia
Deja un comentario