EN VOZ ALTA

Desconozco si llegaste a amarme, desconfío de si fuiste capaz de danzar sin partitura en ese espacio donde con recelo me acomodaste, ese espacio en el que permitíamos con cautela que nuestras respiraciones conversaran con un único eco, en el que permitíamos que nuestros cuerpos llegaran a erosionarse por la fuerza de la complicidad y el cansancio de los besos. Desconfío de si fuiste capaz de plantearte que fuera únicamente el tiempo, dejándolo sin temor destilar al compás de los sentimientos, quien decretara cuál era el destino.

No, no había en realidad nadie con quien competir, no existían otras personas. Ni siquiera importaban esos otros nombres engalanados en forma de fantasmas, esas sombras en las que nos escudábamos cuando el temporal de nuestras emociones dinamitaba nuestra adulterada armonía cotidiana. No, no era eso.

Desconozco también si comprendiste mi verdad, no debía de ser fácil cuando me ahogaba en el miedo de la franqueza, cuando me acicalaba sin tregua con armaduras elegantes y sofisticadas, cruzando de forma sigilosa el charco de las pasiones, pisándolo siempre con sobrias botas de agua.

Recuerdo todas y cada una de esas miradas en las que hurgábamos el sí, todas esas caricias en las que tus dedos jugueteaban a narrar mi cuerpo con delicadeza, todas esas  sonrisas que encadenábamos sin sentido por el mero placer de compartirlas, que ataban nuestra intimidad a escondidas, no, no importaban los demás, lo que urgía era ocultarla a nosotros mismos.

Sí, hubieron algunos te quieros, recuerdo cómo los susurrabas, cómo divagaban con fragilidad en la oscuridad protectora de la noche, unos te quieros de los que yo me reía incrédula, sin respuesta, anhelando atraparlos y atesorarlos bajo un barro que los moldeara para siempre, sabiendo que habrían desaparecido cuando la realidad nos volviera a situar a cada uno en nuestro punto de partida y nos embriagara con la destreza de manejar sólo memorias.

Me hubiera gustado poder observar con descaro esos ojos de color mar, fríos o cálidos según la ola que empujara el momento, me hubiera gustado rozar con suavidad tu cabello ondulado,enaltecido en los últimos años de ese gris ilustre, y haberte entonces abrazado hasta que el dolor de la verdad me hubiera obligado a gritártelo con tanta fuerza que hubiera sido imposible que se perdiera entre el murmullo del miedo, imposible que se disipara en ese balbuceo inseguro.

Mª Eugenia

PD.: Desconfío de que esta carta te llegue, nunca supe tu verdadera dirección….

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