MADRID MOLA: Teatro del Barrio

Madrid mola. Quizás debería buscar una palabra más literaria y no tan inelegante, pero creo que así nos vamos a entender. Y Madrid mola, entre otras muchas, por cosas como la siguiente.

Mientras algunos nos quejamos del sistema (y por supuesto con razón), incendiamos las redes y debatimos entre cañas y vinos de quién es la culpa, hay gente que se pone las pilas y dan forma a iniciativas para cambiar la sociedad, o al menos, para permitir que algo pase, presentando maneras de interactuar diferentes a las cuales, sólo rozándolas, te entran ganas de engancharte. No, esto no ve de política (que también), va de cultura, va de crear un entorno en el que la voz sea de los ciudadanos, en el que los vecinos (de cualquier parte de Madrid, que Lavapiés es sólo el punto de encuentro) organicen un espacio a gusto de todos, donde en este caso el teatro sea el motor para hablar, para disfrutar, para reflexionar, para encontrarse, para alzar esas voces disconformes uniéndolas con armonía, de forma equitativa, para empezar una revolución sin violencia (que va a ser que sí se puede, sr. Gañán), para dar cabida a una cooperativa de consumo cultural, un teatro sin ánimo de lucro, en manos de los ciudadanos y gestionados por ellos: El Teatro del Barrio.

Así que el viernes por la noche me dispongo a conocerlo, a ver una obra allí. Como llego pronto a Lavapiés decido acercarme ya a la Sala Triángulo, que es donde se cuece el percal. Veo que hay una zona de bar, un espacio engalanado con sofás, sillas y mesas de su padre y de su madre, con guirnaldas en el techo, me da buenrollo (sí, otra palabra tosca, pero vamos a ser claros con los feelings de esta velada, vale?), así que decido pedirme una cerveza y esperar allí leyendo. Poco a poco se va llenando, se va a acercando la hora de la obra, aparecen individuos de estilo progre, intelectualoides (para que nos entendamos también), sin rastro del mundo hipster o del perroflauta, señoras arregladas a su estilo, chicos con un toque afrancesado, algún que otro gafapasta. Aparece él, sí, porque hay un él, el alma del proyecto,  Alberto San Juan, y ahí está, con toda su planta, su sonrisa, su barba de tres días y una gorra plana (de las que me encantan), tan natural se entremezcla entre todos y acaba de solucionar los detalles que faltan para el espectáculo.

Llega mi acompañante y entramos. La sala es pequeña, adornada con bombillas solitarias, nos acomodamos y delante se sienta una mujer con un cochecito y un bebé (que se va a portar como un santo toda la actuación). Esto es el barrio, ¿no? Pues cabemos todos, incluso Ian Gibson, que también está entre los espectadores. La obra a la que asistimos se llama Nueva York en un Poeta, y no es difícil imaginar que Lorca tiene algo que ver. Exactamente se trata de una sesión de jazz, a cargo del septeto The Missing Stompers, que interpretan una selección de la música que sonaba en los clubes de Nueva York en el año 1929, Duke Ellington, Thomas “Fats” Waller, Raymond Scott…esa música que emocionó a Federico García Lorca en su viaje a la ciudad. Mientras tanto, Alberto San Juan recita parte del libro Poeta en Nueva York y parte de la conferencia que Lorca dio a su regreso a Madrid en la Residencia de señoritas, donde transmite su angustia ante el capitalismo, el racismo, la diferencia de clases…Era el 29, pero no estamos tan lejos, verdad?

Los músicos aparecen engalanados con traje y camisa negra, ocupan sus sillas, preparan sus instrumentos,  colocan alguna que otra cerveza a la que irán dando sorbos entre nota y nota. Alberto San Juan también ha cambiado su look  y va en sintonía con el resto. Se sienta en una pequeña mesa de madera, con una luz de escritor, un gin tonic (serán dos) y su voz, al ritmo de la música, llenando el espacio con los versos de Lorca, nos empieza a cautivar, con ironía, con gravedad. Y aplaudimos insaciables con cada canción, creyéndonos que estamos, durante un rato en la Gran Manzana, en el antro más auténtico de Nueva York,   porque la orquesta, tras cada…one, two, three…luce a máximo nivel, apoyamos a veces con palmas, o con chasquidos de dedos, balanceamos los hombros y sin controlarlos dejamos que lo pies sigan el compás, nos asombramos ante la voz de alguno de los intérpretes que modula alguna que otra letra. Acabamos al son de ritmo cubano, que el poeta también pasó por la isla antes de volver.

La hora casi y media de concierto y poesía se ha esfumado, sonreímos, invadidos de un sentimiento de satisfacción, el fin de semana ha comenzado sacudiéndonos con gusto. Quizás forme parte activa de dicha iniciativa, pero estoy segura que, desde luego como espectadora, me van a ver más veces.

Qué buen rollo. Esto es Madrid. Esto es el Teatro del Barrio. Te animas a ir??


PD.: la noche sigue con una cena al más puro estilo Sex&The City, sí, en la Buga del Lobo, que hacía tiempo que no iba. Contrastes y croquetas al margen, Madrizzzz también mola por sitios como este.

Fotos: Kike Maga


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