Él vestía un traje entallado de forma cuidada, una elegante corbata de color, fíjate tú cómo me tienes que ver. Ella sonrió y abrió su mirada, sus ojos sinceros, dejando aparecer en su frente esas arrugas que marcaban siempre una sorpresa desconfiada. Se había cortado su melena oscura, estaba cansada, pero ya ves, ahora no puedo jugar con ella cuando me pongo nerviosa…
Habían perdido la cuenta del tiempo que había pasado, la última vez fue…¿tú crees?…pero y el día que…Decidieron el menú, barajaron las típicas palabras de arranque y volvieron sin darse cuenta a reírse, con las mismas ganas, con la confianza de muchos momentos compartidos. El colchón abarrotado de sentimientos escudados por la distancia les permitió durante un rato poder mirarse a los ojos sin miedo, sin el peligro de ser atravesados por cuchillos de nostalgia, obstruyendo cualquier vía por donde las emociones pudieran mínimamente desbordarse.
Poco a poco cedieron el espacio a las frases largas, que empezaron a flotar de forma suave, con una melodía delicada, que no dolía, recreando con sumo cuidado la vida nueva de cada uno.
Quizás no fue algo evidente, quizás necesitaron el suave beso de despedida, palpando sus mejillas con esos labios conocidos, para darse cuenta de que ese tiempo disipado ya de los calendarios era esta vez irrecuperable, que ese tiempo había matado los sueños de él mientras había permitido que ella custodiara con carácter los suyos, agarrándose todavía a la voluntad de sorprender su propia vida, que ese tiempo había arrojado a él fuera de esa volkswagen con la que fantaseaban atravesar nuevos destinos por el simple placer de huir y de llegar, de vivir con una sintonía propia, que ese tiempo había hecho disminuir hasta los niveles más ínfimos el sonido de esa música con la que él hacía bailar sus diferentes yos, provocando con cada uno siempre la risa de ella, esos yos divertidos y osados que le llevaban a enfrentarse a retos, a rasgar esos convencionalismos que se tejen día a día como una tela de araña opresiva.
Ella evitó esta vez zarandearle, evitó opinar de todas las justificaciones por las que él se deslizaba ya de forma experta. Simplemente respetó sus decisiones y le apoyó con una sonrisa, de nuevo una sonrisa cómplice, una sonrisa que esta vez cincelaba un final.
Mª Eugenia
P.D.: y esta canción porque simplemente me encanta
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