No se atravería a fijar la vista en sus ojos tan verdes y agitados, como esas olas que te cubren mientras las quieres saltar, y lanzarse a por respuestas. No encontraría el tono en el que explicarle que durante estos años sólo había fingido que todo estaba bien, mientras se acordaba de cuántas noches retaba al sueño con las ganas de tenerlo al lado, de aprisionar su cuello a besos, de apartar sus pequeños rizos y susurrarle al oído esas frases que sólo tienen permiso en la oscuridad y el aroma de dos cuerpos desnudos.
No se atrevería a derrumbar esos márgenes de protección solidificados por un orgullo inmaduro, una timidez altiva, o un no querer saber. Buscaría la forma de seguir sonriéndole y cocinarse las lágrimas en casa, cuando se cierra la puerta y los sentimientos se aposentan cómodos y solitarios por cualquier rincón.
No se atrevería a decirle que algunos de sus silencios le habían hecho daño, que la empatía se diluye entre las grietas de la no comunicación, que habría necesitado ese abrazo que nunca pidió por miedo a quedarse entonces aferrada a emociones comprometidas de las que ya no puedes huir.
Se quedaría con la duda de saber si él habría entendido todos esos te quieros mudos, si esas risas compartidas se habían convertido también para él en cosquillas fugaces que hay que anestesiar antes de que duelan. Se quedaría con la duda de saber si esa banda sonora había sonado al mismo compás, retumbando con afinada esperanza, gritando con miedo lo más parecido a una letra de amor, con las mismas ganas de bailarla. Evitaría esos roces que los enganchaban con sobresalto, o esas conversaciones que hilaban con rápida inteligencia y diversión.
No se atrevería y daría igual, encerraría con cariño todo lo vivido en un nuevo cajón, y esperaría a que el tiempo le permitiera abrirlo, y entonces, sólo entonces, quizás se atrevería a explicárselo, aunque ya fuera tarde, con la seguridad de que ya no había historia que vivir.
Mª Eugenia
PD.: o a lo mejor aún habría tiempo, quién sabe….
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