Tipos Normales.

Era una de esas noches en las que el cielo de Madrizzz encubre a las estrellas pero permite que una luna nueva, con elegancia, vigile la ciudad. Nos despedíamos tras una cena de puesta al día, de soplar velas, de intentar arreglar un mundo que desprende pocas ganas de salvarse. Besos, abrazos, propósitos de repetir con más frecuencia.  No es aún media noche, así que alargamos las últimas risas antes de perder los zapatitos de cristal.

Se nos acerca, con su gorra de punto negro hundida hasta las cejas, una gorra que luce hasta con cuarenta grados, con su cara de tez oscura, curtida de polvo, con sus holgados harapos que le arropan con fetidez. Se nos acerca, sin pronunciar palabra y con cierto temor, como suele ser su costumbre. Se nos acerca,  con su pequeña estatura, sin que le prestemos atención, sin expectativas. Les cuento que siempre está en esa esquina, delante de Starbucks, marcando su rumbo al ritmo de cuatro pasos hacia delante, cuatro hacia atrás.

Nuestra conversación de repente se interrumpe por unos gritos. Que te vayas, que te voy a partir la cabeza!!!! Que te largues, que no ves que estoy hablando por teléfono!! Y vuelven los chillidos, más fuertes: Que te la abro, ehhhh!! Que te voy a dar!! El tipo, un chico “normal” (sí, con toda la controversia que implique el  término normal, pero nos entendemos) que acaba de salir del Irish Rover (ese bar que una frecuenta con alegría, de buena música y con ambiente adaptable a la hora a la que acudes) no parece especialmente bebido, el tipo, un chico “normal”, continua manteniendo a alguien al otro lado del móvil, pero sigue chillando hacia afuera. Por supuesto, el objeto de esos gritos es nuestro pobre indigente, que simplemente se le ha acercado, quizás buscando limosna,  quizás por el simple hecho de sentir el contacto de otro ser humano.  Miramos asombradas, despotrico, me riñen, deja de mirar y cállate, a ver si nos va a dar a nosotras.

Desconozco si ese chico “normal” había leído ya la noticia de que a partir de ahora, en nuestra maravillosa capital del reino, los mendigos serán multados, parece ser que “quedan feos”, que embrutecen la ciudad, que nos molestan al salir de un comercio, o será que enfrentarnos al hecho de no dar donativo nos incomoda y mejor entonces esconder el problema, no?. Tal vez ese chico “normal” sí había tenido tiempo de enterarse, y tal vez  estaba de acuerdo, y ya con ese respaldo moral de la ley, se sentía en su derecho de increpar cual frenético a un pobre hombre que, no asusta a nadie, y al que soplándole con una pizca de ímpetu, cualquiera es capaz de derrumbar.

Y así es el mundo que estamos moldeando, un mundo al revés, en el que acabas teniendo miedo de tipos con los que puedes compartir espacio de ocio, un mundo en el que personas que no tienen de qué vivir, que salen a pedir a la calle por necesidad y no por gusto van a tener que acabar pagando multas, que parece un chiste pero no hace gracia. Un mundo en el que otorgamos la nacionalidad a cadáveres que flotan, a los que hemos negado previamente el acceso y sí, hemos dejado morir mucho antes, aún vivos en su tierra. Un mundo en el que a músicos callejeros les haremos aprobar un examen, no vaya a ser que su música no sea apropiada para esta exquisita ciudad, un mundo en el que vamos cerrando los pocos cines de calidad para edificar pisos o centros comerciales y llevarnos ya de paso una comisión.

Ha pasado ya casi una semana. No me quito la escena de la cabeza. No he vuelto a ver al indigente, sí a muchos tipos “normales”. Y estoy asustada.

PD.: sólo espero que a mi negrito del Supercor no me lo quiten, porque me saluda cada vez que entro, y me sonríe cuando salgo, tenga o no monedas para darle, porque hace bromas con los dependiente, y sobre todo, porque no hace daño a nadie.

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