TRAYECTOS

De nuevo demasiado próximos, de nuevo temerosos a que su horizonte fuera quebrantado. Aun así emprendieron el viaje, no se lo cuestionaron, o al menos, no en voz alta, demasiado cobardes para expresar lo que sentían, o quizá, demasiado valientes para permitir que, una vez más, el destino les retara a compartir otro trayecto.

El calor de esa mañana de verano asfixiaba la ruta, la ropa ligera de ambos se abrazaba de forma incómoda a sus cuerpos, se quejaron de los grados, ella se recogió con destreza su melena oscura y ondulada, él enrolló las mangas de su camisa estilosa de cuadros, abrieron las ventanas, ella jugaba así a mover el viento al compás de su mano, distrayéndose de vez en cuando de la conversación, o al menos, intentándolo, él dejaba que con cariño le arreglara el pelo, que con delicadeza le soplara cerca de esa mejilla arañada por los años.  Las palabras fluían a trompicones, preguntas inocentes ayudaban a no cuestionarse, alguna nube tramposa les servía de comodín para evitar mirarse, aun así, ella buscaba de forma constante sus ojos pequeños, siempre intranquilos, ojos cargados de pasado, él se perdía en su sonrisa tímida, en sus sonrojos, intimaban a gritos esos gestos cómplices que siempre les habían ayudado a entenderse,  a confiar  en que estar tenía sentido, aunque fuera sólo un realidad por espacios fugitivos de tiempo, aunque fuera sólo un realidad percibida para ambos.

Se rieron de nombres de pueblos, comentaron anécdotas lejanas, franqueando las horas cedieron a conocerse  un poco más, a atravesar esa zona prohibida de yos  que ni las noches de carne ni esos te quieros incrédulos por la oscuridad habían traspasado, protestaron ante axiomas de la vida, a veces respuestas hoscas servían de escudo, debatieron sobre pasados despegados,  con el paso de los kilómetros decidieron que  la música les acompañara en los silencios, unos silencios generosos, unos silencios que iban moldeando con hermosura y seguridad el camino.

En ninguna ocasión él se atrevió a acariciar su pómulo bronceado, en ninguna ocasión ella se atrevió a deslizar con fragilidad la mano en su pierna. Ahogaron sus voluntades en dudas, y siguieron dando paso a un paisaje privado que se diluía ante la necesidad de respuestas. Con los últimos rayos de sol, a una velocidad sólo determinada por ambos,  él giró su cabeza hacia a ella, quien  sonriendo y de forma automática hizo un leve gesto afirmativo. Miraron hacia el frente. Ninguna señal indicaba la ruta.

Mª Eugenia

PD.: hasta dónde llegaron no se sabe. O a lo mejor, está por saber.

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