Dos Dry martinis y un Cosmopolitan (por supuesto, este último es el mío). Luego (también por supuesto) caerán unos cuantos más. La escena es en el lounge del fashion Hotel Mondrian, en el SOHO newyorkino. No vamos especialmente adecuadas para la ocasión, es lo que tiene llevar descuartizando Manhattan desde buena mañana, pero ahí estamos, brindando por el momento.
Aunque la sensación no es exactamente la misma, me surge contarles como años atrás, en unas vacaciones en la árida pero inspiradora Fuerteventura, bautizada desde entonces para todas como La Isla de la Autoestima (el porqué no os lo voy a revelar, tendréis que echarle imaginación), sentí que era capaz de “deshacerme” de repente de personas, sin ningún motivo especial, que era posible, en un paraje como aquel, fuera del ruido y la rutina, vivir sin volver a ver a parte de mi círculo, sólo por estar lejos. Me asusté.
María me habla entonces de INERCIAS (mientras tanto, Bea ha decidido que vayamos a por la segunda ronda), porque al final, así subsistimos en la vida. Wikipedia define inercia como la propiedad que tienen los cuerpos de permanecer en su estado de reposo o movimiento mientras no se aplique sobre ellos alguna fuerza, o como la resistencia que opone la materia a modificar su estado de reposo o movimiento. Como consecuencia, un cuerpo conserva tal estado…si no hay una fuerza actuando sobre él. Y sí, entramos en ese ESTADO, y sin darnos cuenta o con absoluta consciencia, porque queremos o simplemente porque es la única manera de mantener el equilibrio, nos enfrascamos en una inercia…..de trabajo, de entorno, de personas que nos rodean, de hobbies, de vida en un lugar, o en otro. Y pasan los minutos, lo días, los meses y también los años. De vez en cuando, quizás esa fuerza capaz de romper el automatismo del que incluso disfrutamos se asoma, nos advierte de que tal vez es hora de replantearnos si queremos continuar por esa vía, nos tuerce un poco del camino….pero no lo suficiente, retornamos rápidamente la vista a nuestro hábitat. En estos momentos, estamos más cómodos.
No sé cuánto tienen que durar las inercias, quizás hay que dejar que fluyan, o quizás pararlas. O que se detengan solas, cuando la resistencia las doble, para que de esa forma, al enfrascarnos en la siguiente, lo hagamos del todo convencidos, con la tranquilidad de haber cerrado una etapa, sin miedos para la siguiente, habiendo exprimido ya del todo el anterior estado. Pero estoy segura de que no vale deshacerse de personas, o pensar que puedes vivir sin ellas, por mucho que no formen parte de “tu” momento. No es cierto. O quizás sí puedes, pero te restas cosas. Estás perdiendo. Da igual la inercia en la que estemos, llegaron en alguna otra, y nos aportaron. Decidimos que se quedaran, así que cuando cambiemos de rumbo, o la distancia física o vital nos exija no compartir nuestros días, busquémoslas. Nos harán mejores. Aunque solo sea por un rato. Aunque te obliguen a darte cuenta de que simplemente estás en una inercia. Quizás adecuada, o simplemente la que toca. O quizás no.
P.D.: entré en el Mondrian con mis zapas fucsias, salí con unos tacones dorados. No sé si marcaba un cambio de inercia, pero desde luego, sí de perspectiva.
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