Nos proponemos ya iniciar nuestra primera noche en Salvador de Bahía, a la que nos incorporamos de forma inmediata de la mano de SKOL, cerveza nacional que se presenta en formato de 600ml y revestida por la marca, conjuntando las mesas parcas de madera con el tono del país. Junto a ella, se hacen hueco la picanha, y la pastosa moqueca, que a base de tenedor y cuchillo, permiten empezar a sentirnos integradas entre los múltiples lugareños de raza oscura que se han reunido para hablar, con voz faltona, y disfrutar de, cómo no, un partido de fútbol que siguen a base de puñados de anacardos (¿dónde estará Churruca?!!). Entre gol y gol, nos miran con cierta curiosidad. Por el paseo, la gente corre y sigue corriendo, y nos entra la duda de si será por salud, o porque entrenan para salir gambando cuando los pillen con las manos en alguna masa, ya que es tópico consolidado que el país es peligroso….Uno detrás de otro, con buen paso pero con mal tipo, consiguen que el tiempo se diluya sin ser acosado por las agujas del reloj.
Salvador suena a mar pero huele a frito, Salvador se extiende rociado por un azeite de dendê con el que cocinan sus acreditados acarajés, que venden en unos puestecillos ambulantes que compiten por un escaso metro cuadrado ante los vecinos que ofrecen agua de coco. Un agua dulce de un coco muy verde, y muy redondo, un coco que pesa y que decorará toda nuestra ruta brasieira.
Inauguramos de buena mañana Salvador con luz y es, en el primer contacto con su intento de civilización, cuando empezamos a percibir la espiritualidad que envuelve el país. Una espiritualidad que trasciende a las numerosas iglesias coloniales que se alzan en la ciudad, y que se transmite a través de su alegría personal, de su voluntad de ofrecer lo mejor de ellos para dártelo a ti. Una confianza en un más allá que se hace realidad invocando a sus orixás, celebrando ritos de candomblé y bailando capoeira. Un más allá que les da fuerza, pero que les confiere un cierto toque naïf, que te asombra, y te hace dudar si te están tomando el pelo, o si es que están faltos de esa “madura” inteligencia racional de la que tanto alardeamos en los países consolidados. Después de doce días, nos quedará claro que Brasil aún sabe reír, quizás porque todavía no ha subido al primer mundo, quizás porque aún se rige por las leyes religiosas en lugar de las del laureado mercado. Brasil sabe creer y, aunque quizás la fe no conduzca a ninguna parte, durante el camino no hay duda de que se divierten mucho más.
Y tomamos el pulso por fin a la ciudad. La tercera capital del país todavía se sujeta en casas coloniales que en su día pintaban el centro histórico de color, y que hoy transfieren melancolía y pobreza. Unas callejuelas empedradas por las que recorremos el Pelourinho, y donde aparecen mujeres con atuendos propios de sus raíces africanas, y hombres cuyas miradas buscan ligar. Una cidade partida, que enlaza su Baixa y su Alta a través de un ascensor, y a la que quizás, como pasa con algunas relaciones, con el paso del tiempo la recuerdas con más amor del que te dio cuando la viviste.
Salvador de Bahía nos despide con “chubarrones”, el catamarán hacia la isla dispone de bolsas de plástico atadas en las sillas por si el mar decide hacer de las suyas. Son dos horas y media de viaje……Quizás más….Embarcamos hacia el sol y las caipirinhas….nos espera, Morro de Sao Paolo.
P.D.: Conocimos la Igreja NS do Bonfim, a unos cuantos kilómetros de Salvador. Al estilo de Lourdes, los brasileños acuden a pedir deseos curativos, mientras atan a la verja y a sus muñecas las famosas fintas de Bonfim. Las Nenis pedimos muchos deseos…teníamos que aprovechar….. el país de la fe.
mu guachi, dan muchas ganas de ir para disfrutar esa alegria e ingenuidad que dejas traslucir. Aysss, que me las piro vampiro
Qué bonito Pita. Y qué envidia que me dan las calles y vosotras y hasta el nublado de la foto.
….en fin….que Brasil es muy grande, y aunq. no es mi Argentina querida…… en cuanto queráis….ahí q. nos vamos!! muchas gracias, y muuuchos besos!!