Sin saber muy bien por qué, hay veces que, un Fenómeno, un Momento de la historia, un Alguien o un Lugar, que a priori no tienen ningún nexo racional o emocional con uno, generan en uno mismo un interés más profundo del que la lógica de la simple cultura o la cotidianidad obligaría a tenerle. Con la figura de Charles Bukowski me ocurre desde hace algunos años.
Cejas contraídas y ojos atónitos suelen ser mis signos de concentración. Y así, una hora y media. Intentando no perderme ni un mínimo segundo de ese Bukowski al que homenajearon Mario Gas y Ute Lemper el martes por la noche en los Teatros del Canal.
Gracias al montaje creado para el espectáculo “The Bukowski Project”, es posible creerse eso que los dos artistas nos gritan, entre brindis y carcajadas de borrachos: “Beacuse sometimes, it’s nice to be Bukowski”. Nunca ha sido nice la palabra que definiría al maestro de la poesía descarnal y los relatos toscos, pero la combinación poético-musical que vemos sobre el escenario consigue, al menos durante un rato, que podamos barnizar la crudeza de este símbolo del Realismo Sucio sin perder la esencia del mismo.
Oscuridad, una caja de botellas, papeles esparcidos por los suelos, un sofá solitario y un par de pantallas con imágenes interpretativas ambientan ese rincón en el que nos imaginamos a Bukowski relatando ese infierno que construimos uno a uno a través de nuestras vidas imperfectas, vidas que nos abocan a la soledad, vidas en las que perdemos almas para ser aceptados.
Y todo ello a través de dos voces que se hilan con ritmo, combinando letras y notas, consiguiendo un espectáculo elegante que, aunque quizás tampoco sería el adjetivo con el que definiríamos al escritor, si ayuda a conectar de forma más atractiva con él.
A Mario Gas le pediríamos, con el respeto que se merece, que se aprendiera de memoria la mayor parte de los poemas, tal vez de esa manera, nos creeríamos mejor al personaje, y no se distorsionaría tanto el contraste entre sus lecturas y sus momentos de pura actuación.
De Ute, nada que decir. O tal vez mucho. No conocía a esta mezcla de Greta Garbo y Uma Thurman que, con una feminidad aplastante, engalanada en un sexi conjunto negro y tacones de aguja primero, y en plisado y sensual vestido luego, es capaz de entonar con lírica las palabras soeces del poemario de Bukowski. La cantante y actriz debe su fama a interpretaciones de temas de Bertolt Brecht y Kurt Weill, al más puro estilo del cabaret berlinés, o de piezas tan emocionales como el Ne me quitte pas, de J. Brel con el que cerró el espectáculo consiguiendo la máxima ovación, y mi piel de gallina.
Es en la segunda parte del espectáculo, cuando el homenaje al poeta deja paso a la exaltación de la diva rubia que, junto a sus músicos habituales (T. Turkisher en la percusión, V. Gierig en el piano, y en el contrabajo Steve Millhouse), nos cierra con la máxima fuerza musical una noche llena de concentración.
Cuando ese interés curioso consigue, paso a paso, traspasar la fase de “nos estamos conociendo”, se transforma en inquietud. Bukowski es ya una de las mías.
P.D.: sigo cuestionándome lo absurdo de que El Festival de Otoño se vuelva a poner en marcha en la época primaveral, sin que no le cambiemos el nombre. En Madrid no hay estaciones…pero de ahí a eliminarlas del diccionario…
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