Termina el partido de Rafa Nadal. Victoria, seguimos para delante. Me alegro y sonrío, es lo que tiene el deporte, que te da felicidad gratuita. Tú no haces nada, sólo observar y meterte en los partidos, animar y exclamar, cuanto más adentro, más intenso, el resto lo hacen los que están en la pista, en el campo. Si hay derrota, será quizás tristeza inmerecida, pero miles de sensaciones se habrán apoderado de todas formas de nosotros a lo largo de los minutos del partido.
Pero no es solo el resultado y el gran juego del chico de Manacor lo que me satisface, es que en las gradas descubro a los hermanos Gasol, y a Navarro, y seguro que me pierdo a algún que otro jugador de la selección de baloncesto. Apoyando a Rafa, están todos juntos, lo viven todos juntos. Y ayer era Rafa el que decía que se sentía feliz en la Villa, rodeado de los jugadores, que ojalá todos los torneos fueran iguales. Que qué más podía pedir.
Y eso son las Olimpiadas, si. Apartemos las connotaciones políticas, que por supuesto no pueden obviarse, ni podemos ser hipócritas, y mantenernos callados y hacer que se mantengan callados, ¡!vaya farsa!!, pero en este post, realcemos el espíritu de hermandad originario de las Juegos Olímpicos. Cuantas más medallas mejor, pero cuanta más piña, mucho mejor. A todos les une estar allí participando y representando a su país, es el deporte y el sentimiento de “pertenecer a” lo que tienen en común, es jugar y una sola bandera, les guste a unos más que a otros. Luego buscarán oros, mejores tiempos, récords y el reconocimiento internacional, para llegar hasta allí han necesitado desarrollar un fuerte espíritu competitivo, pero ante todo, parece que se lo están pasando bien, y están contentos de estar todos, unidos, todos, unidos allí.
Mi primer recuerdo de unas olimpiadas es Los Ángeles ’84. Seguir entusiasmada a esos Fernando Martín, Epi, Romay, Corbalán, etc., que se colaban en la final. Un bloque unido. Despertarme de madrugada para seguir el partido contra Estados Unidos, con mi padre, mi abuelo y mi hermana, piña en la pista, piña ante la televisión. Muchos de vosotros seguro que también lo vivisteis, animando desde lejos, pero adueñándonos de ese espíritu olímpico que cada cuatro años nos mete el verano en el cuerpo.
Y luego tuve la suerte de disfrutar de Barcelona ’92. El “buenrollo” no era únicamente en los estadios, sino en toda la ciudad. La condal estaba contenta. Voluntarios, deportistas, VIPs, espectadores y turistas estaban contentos. El aliento olímpico envolvía la ciudad. No me digáis porqué, pero así lo sentimos los que estábamos allí, y quizás las medallas no fueron muchas, pero la alegría fue máxima. Y Barcelona se puso “maca”, pero es que todos nos sentíamos guapos durante esos quince días. Ojalá en el 2016 lo vivamos en Madrid.
Y eso nos transmiten Las Olimpiadas. Para estar enganchados a la televisión, siguiendo los resultados y emocionándonos incluso con el judo, la natación, la vela o el waterpolo. Disfrutando del deporte, o quizás, mejor dicho, disfrutando de esos deportistas unidos, que nos transmiten alegría, porque ellos, primero, están unidos, y se lo están pasando bien.
Que bueno Nadal, que buenas Gemma Mengual y compañía en natación sincronizada, que buenos todos los que han dado todo y más y que final de baloncesto, que emoción y cuanto agradecimiento a estos grandes deportitas que hacen que España esté en boca de todo el mundo. Bs