Lucía y los amigos….

“Por raro que sea el verdadero amor, lo es menos aún que la verdadera amistad.” La frase es de La Rochefoucauld, escritor francés del s. XVII, y la utiliza Lucía Etxebarría en su artículo “Reflexiones de una escéptica” publicado hace unos domingos en el suplemento dominical de La Vanguardia.

En mi primer día de clase de escritura, hace un par de años, Gloria (ya empezáis a conocerla) nos preguntó qué leíamos, qué escritores nos gustaban, etc. Envuelta entre nervios y timidez, pronuncié lo primero que se me ocurrió, y de mi boca salió: Lucía Etxebarría, de la que me acababa de leer un libro. No me acuerdo cuál de todos, porque he repasado alguno que otro. La repuesta fue contundente: “pues antes de que acabe el curso, espero haberte enseñado a que no sea Lucía Etxebarría una de tus elegidas”.  Roja como un tomate y pensando que si que empezaba bien mi faceta literaria, intenté olvidar el suceso para coger con ánimo el curso. 

No, ahora no es una de mis lecturas frecuentes. La tengo aparcada. Y ya no sólo porque podamos debatir su calidad literaria, que habrá quien diga, con parte de razón, que roza el aprobado, y que su técnica es light.  No soy yo quien vaya a criticar el estilo de una escritora que arrasa en ventas en España y que me llamó la atención verla traducida en las mesas de novedades de las librerías de París.  Sino  que la aparco porque me incomoda el toque amargo que envuelve a su obra.  Si le dediqué tiempo en su día, es porque a la que escribe le suelen capturar argumentos susceptibles de pasar en la calle de al lado, cercanos, historias de nuestro tiempo, pero lo que me ha acabado pesando de esta escritora es el oscurismo con el que siempre tinta sus historias y artículos, con el que encrudece su manera de ver la vida La vie no puede ser siempre en rose como la cantaba Edith Piaf, pero desde luego  que poco va a brillar si la escaneamos siempre en blanco y negro. 

Infidelidades y drogas, personajes masculinos que duelen y mujeres perdedoras,  soledad y angustia, decepción y tristeza, se configuran como elementos muy frecuentes en su obra. Sentimientos o hechos comunes a todos en múltiples ocasiones, pero que suelen convivir con otras mil sensaciones a lo largo de la vida.

En el artículo al que me refiero la escritora reflexiona sobre la amistad.  Podemos resumir su visión con la siguientes frases: “tener muchos amigos equivale a no tenerlos”, “hay pocos lazos de amistad tan fuertes que no pudieran ser cortados por un cabello”, “la amistad sincera se nutre de recuerdos y la interesada de esperanzas”, “los sucesos prósperos hacen amigos y los adversos los aprueban”. 

Otra vez el estómago me queda encogido después de finalizar las líneas. Otra vez Lucía ha debido tener mala suerte en este tema.  Ahora no son sólo los hombres, ahora también le fallan sus amigos.  Otra vez la botella vacía.  Será que a esta autora le cae un palo detrás de otro, o será que sigue a raja tabla eso de que de una historia bonita no sale historia, que al público le gusta el drama y el conflicto.

Y no discuto que es cierto que el paso del tiempo te puede volver escéptica con la vida, y que hay que adoptar distancia con los hechos. O tal vez, no es que haya que, sino que es útil para protegernos de, y se convierte en un mecanismo de defensa.  Y no se trata de hacer autoayuda barata o vender un mundo feliz.  Pero entre el pesimismo y la utopía, siempre hay un término medio.

Y acierta en su artículo cuando escribe que hay que “integrarte en un grupo con cuidado, tiempo y cierta distancia emocional,  sin excesivo entusiasmo o precipitación, sin olvidar que los grandes amigos pueden convertirse en enemigos”(palabra un tanto desgarradora bajo mi punto de vista ).  La prudencia es un grado, dice el refrán. Pero no subestimemos toda la amistad.

Existe la AMISTAD. Puedes necesitar más de dos manos para contar con los que cuentas, amigos que no te fallan.   Si, amigos que, como personas humanas que son, a veces nos pueden causar tristezas, o tener debilidades, pero que te han proporcionado muchos momentos de felicidad y solidez.   Amigos con los que, como con cualquier relación personal, podemos tener momentos de lejanía, pero con los que es fácil y grato conectar de nuevo como si no hubiera pasado nada.  Amigos que a veces dan menos de lo que sería de recibo, pero a los que a veces exiges más de lo que pueden darte, porque sus prioridades les superan, o porque son humanos, o porque todos nos equivocamos.

No sé si la solución es saber colocarlos a cada uno en el círculo de nuestra vida al que corresponden, o simplemente es cuestión de conocer los puntos fuertes y débiles de cada uno, y los nuestros propios. Para poder siempre entenderlos, y entendernos, y sobre todo aceptarlos, y aceptarnos.   La AMISTAD existe, pero Lucía, a lo mejor, hay que también saber trabajarla, y para ello, estoy segura que hay que ponerle alegría.

 

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